Aunque hace ya un montón de meses que regresé de mi viajecito por tierras holandesas, no quería dejar pasar la oportunidad de compartir con vosotros algunas de las cosicas que hice en mi breve pero intensa estancia por este bello país. Para muchos Holanda (tal vez, más Amsterdam) es sinónimo de prostitutas, de porros y de tulipanes. Pues bien, aunque es cierto que hay porros, prostitutas y tulipanes este país esconde rincones de belleza inimaginable. Si bonito es Amsterdam, con sus canales y sus bicis, no podemos dejar a un lado la cantidad de pueblecitos que impactan al visitante con su maravillosa armonía. En esta ocasión decidimos volver a viajar por nuestra cuenta, aprovechando los magníficos transportes públicos que ofrece el país. Creo que fue un gran acierto porque todo resultó a pedir de boca. Cuando nuestro avión llegó a Amsterdam empezaba ya a atardecer. Bajo una tenue luz y un cielo que amenazaba lluvia empezamos a perdernos por la ciudad.
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Casi sin darnos cuenta atravesamos la plaza Dam, cruzamos la calle Damrak y nos encontramos dentro del Barrio Rojo. Un barrio pintorescos y muy turístico en el que las prostitutas se muestran a través de escaparates. Aunque esto es algo conocido por todos, realmente verlo en directo impresiona por la cantidad de mujeres que ofrecen sus servicios en esta gran zona. En el Barrio Rojo, en el que conviven en perfecta armonía la prostitución y la vida familiar de los vecinos de la zona se encuentra la Iglesia Vieja, la cual realmente merece una visita.
Lógicamente, esta totalmente prohibido fotografiar a las chicas que están trabajando, pero os puedo asegurar que en su gran mayoría parecían auténticas modelos de pasarela...
Después de callejear entre neones nos dirigimos al restaurante Haesje Claes, del que habíamos leído muy buenas referencias en los distintos foros de viajes. Nos decidimos a probar los distintos platos típicos que ofrecía la carta: Stamppot (que es una especie de estofado acompañado de chucrut o col agria), el ewtensoep (sopa espesa de guisantes), las kaaskroketjes (croquetas de queso) y los frikadel (típica salchicha ahumada).
A la mañana siguiente, seguimos disfrutando de la ciudad y mientras esquivábamos bicicletas y tranvías disfrutamos de cada uno de los canales de Amsterdam. Por supuesto, y como buenos turistas no nos faltó el paseo en barca por ellos.
Uno de los barrios más bohemios de Amsterdam (y en mi opinión también de los más bonitos) es el Jordaan. Un laberinto de pequeñas calles que esconde maravillosos jardines. Todo él salpicado de tiendas de lujo extremo alternadas con animados bares.
Antes de dirigirnos a comer, parada obligada en el mercado de las flores en el que compre unos tubérculos de tulipán. Pese a no ser época de tulipanes el mercado estaba muy animado y colorido.
Como ya iba siendo hora de comer pusimos camino hacia la famosa Pancake bakery en la que, como su nombre indica, había una amplia carta de pancakes dulces y salados. Elegimos varios de ellos que, como no podía ser de otra manera acompañamos de unas Heineken bien frías. Como postre descubrimos, por primera vez, los poffertjes. Los poffertjes son los dulces tradicionales holandeses, parecido a un crepe pero mucho más pequeño y espolvoreado con azúcar glass y mantequilla holandesa derretida.
Otro de los rincones de Amsterdam en los que uno se queda realmente sin palabras es el barrio de Begijnhof. En medio del bullicio de la ciudad, empujando una pequeña puerta de madera uno parece atravesar el túnel del tiempo para adentrarse en este remanso de paz y espiritualidad en el que, dato curioso, sólo se admiten mujeres en el vecindario. En su interior nos encontramos la casa más antigua de Amsterdam y una preciosa capilla.
Después de tanto pateo creo que la merienda está bien merecida ¿no os parece? Yo creo que sí y me decanto en esta ocasión por un hojaldre delicioso y un rico y también tradicional bollo de canela y azúcar.
Otra cita gastronómica inuludible en Amsterdam es el restaurante Moeders, cuya traducción es "madres". Este lugar es peculiar no sólo por su deliciosa comida sino también por su temática. Las paredes del pequeño local están literalmente repletas de fotos de mujeres, madres para más señas. Los clientes pueden llevar una foto de su madre y será colocada en los escasos huecos libres de la paredes.
La cena, toda de platos tradicionales holandeses, resultó estupenda y los postres una verdadera delicia.
Aquí me veis con mi gran amiga Elena y con nuestra cervezas tamaño XL jajaja.
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Cuatro noches y más paciencia que a Santo Job nos costó conseguir una mesa libre en De Klos, una taberna que nos había recomendado nuestro atento casero y en la que, según nos dijo se servían los mejores costillares del mundo. Una vez probados puedo aseguraros que no me engañaba y que bien mereció la pena el esfuerzo por lograr mesa libre.
Y del bullicio de Amsterdam nos fuimos directos a la tranquilidad de Edam, Volendam y Marken; Tres pueblecitos, perfectos para visitar en un día por su cercanía geográfica, que compiten en belleza y que me dejaron un sabor maravilloso. Edam, el primero de ellos, es un pueblo típicamente holandñes que te atrapa desde el primer momento que pones en él un pie.
Viendo estas fotos coincidiréis conmigo en que la estampa es de auténtica postal ¿no os parece?
Después de patear el pueblo sin dejar ni un sólo rincón llegó otros de los momentos gastronómicos: la visita a los almacenes de queso Gestam B.V. Kaasexport, donde como no podía ser de otra manera me hice con un buen cargamento.
Volendam, a sólo diez minutos del anterior, fue nuestra siguiente parada. Si hay algo famoso en este lugar son los tompouces o milhojas de Napoleón y su bello puerto pesquero ¿Adivináis lo que vi primero?
Después del delicioso paréntesis nos fuimos directos al puerto pesquero; un lugar lleno de ambiente, tiendas y puestos de pescado.
Como ya os he dicho los puesto de pescado estaban por todas partes y el aspecto de los productos que allí se ofrecían nos resultó delicioso así que nos decidimos por comprar en ellos la comida.
En este punto todas las guias de viaje recomiendan tomar un barco hasta el siguiente pueblo y eso fue lo que hicimos. Marken me encantó: con sus canales llenos de nenúfares y sus casitas verdes de madera.
Otra de las jornadas la dedicamos por completo a Delf y es que el lugar lo merecía. Esta bella ciudad medieval es la cuna de la típica cerámica azul del país que se puede adquirir en un gran número de establecimientos.
En la plaza, la catedral nueva y el Ayuntamiento compiten no sólo en belleza sino también en la música de sus campanas que entonan conocidas canciones.
Como hacía un día estupendo decidimos quedarnos a comer en una de las terracitas de la plaza que entre sus especialidades contaba con las típicas kroketten y el appelgebak o lo que es lo mismo: la mejor tarta de manzana que he comido y creo que comeré en mi vida.
Tuvimos la suerte de que el día que visitamos Delf había un mercadillo inmenso de antiguedades y pude hacerme con algunas cosicas muy bonitas: entre ellas una preciosa vajilla de postre. Y claro, tanto andar entre puestos despertó mi apetito más dulce así que ni pude resistirme a asaltar una pastelería con un escaparate de esos que quitan el hipo a los golosos como yo.
Antes de volver a España una paradita en Zaanse Schaan, de donde nos trajimos la típica foto de los molinos holandeses. Y aquí nos veis a todos menos a mi hija que, como siempre, le tocó ser la fotógrafa del viaje.
A la vuelta, mi maleta a punto estuvo de tener que quedarse en el aeropuerto ya que volví con bastante más peso que a la ida jajaja.
Hasta una sartén para hacer poffertjes me traje.